Breve resumen del voluntariado:
El núcleo principal del voluntariado transcurre en la “Aldea del Niño”. Este colegio está situado en la selva Amazónica central, en un pueblo llamado Mazamari.
Los voluntarios residen allí donde hacen dinámicas con los alumnos ayudando a los profesores y monjas a continuar con su gran labor docente.
Una parte importante del proyecto transcurre en la selva, dónde se consigue una inmersión cultural total para entender así la importancia de este colegio para los niños de la Selva.
¿Qué es la Aldea del Niño?
La Aldea del Niño es una institución educativa sin ánimo de lucro en Mazamari (Satipo, región de Junín), Perú. Fue fundada en 2001 para acoger a niños huérfanos y familias con pocos recursos económicos, proyecto impulsado por el sacerdote franciscano de Valencia, Padre Joaquín Ferrer.
El colegio cuenta con 40 docentes siendo la directora la Madre Carmen y el subdirector Hugo. Están matriculados unos 700 alumnos, de los cuales algunos actualmente son huérfanos, otros residen en el colegio por la larga distancia a sus casas (sus comunidades están en la selva) y algunos otros son estudiantes que viven en los alrededores. En el colegio se respeta y fomenta las raíces de los alumnos, muchos de ellos procedentes de indígenas Ashaninkas de la Selva Amazónica.
En este proyecto ha tenido gran importancia Antonio Sancho Ferrer, un español casado con Olinda e instalado allí desde hace ya 20 años. Él es profesor en el colegio y además da formación a los jefes de las comunidades de la Selva.
¿Por qué a Perú?
El pasado verano de 2022 un grupo de 9 voluntarios fueron a este colegio y allí se descubrió un lugar donde necesitaban apoyo y motivación para continuar la gran labor que realizan: formar a niños y niñas desde infantil a bachillerato basándose en 3 pilares fundamentales: oración, trabajo y esfuerzo. Los voluntarios que fueron compartieron con ellos ideas educativas y entre ellas el sistema de Houses, método de valores humanos.
Los alumnos encuentran en el colegio un refugio y personas que les guían a descubrir su misión en la vida, su vocación. En una cultura donde se fomenta el matrimonio temprano y el consumo del masato, así como hábitos saludables escasos o la falta de educación y formación académica, el colegio les presenta un abanico de posibilidades: trabajo, formar una familia, volver a la selva, seguir formándose.
El objetivo principal de estos educadores de la Aldea es preparar a sus alumnos para el futuro: formar a hombres y mujeres buenos y trabajadores con capacidad y conocimiento para tomar decisiones.
Además, los voluntarios estuvieron 3 días en la Selva Amazónica acogidos por indígenas. Allí se puede ver cómo de diferente es la vida que le espera a un niño sin formación, destinado a vivir trabajando la tierra y aquellos que estudian y consiguen acceder a grados superiores con importantes labores en su comunidad como emprendedores.
¿Para qué?
Se quiere colaborar en la formación docente de los profesores de la Aldea del Niño y formación de una escuela superior. Asimismo, con la recaudación de fondos (mercadillo solidario en Arenales Carabanchel), la Aldea del Niño quiere invertir en equipo tecnológico para las aulas y alumnos: proyectores, dispositivos… Esto facilitará el aprendizaje, realización de tareas, comunicación familias-colegio-alumnos. El objetivo principal es la formación docente y dinámicas con alumnos antes, durante y después de visitar el colegio. Se tiene en gran estima la educación que es lo que se piensa que es realmente lo que perdura en el tiempo y mueve a las personas a cambios de mejora en su vida.
Proyectos
Testimonio Voluntarios
Testimonio voluntario Perú:
“He encontrado un sentido a mi profesión de maestra y he redescubierto el gran valor de la formación de personas sin importar la posesión material”
Para mí Perú me ha cambiado a nivel profesional y personal.
He desconectado tanto de la tecnología, del ámbito social, familiar y cultural que he salido totalmente de mí misma.
Esto me ha ayudado a darme a los demás, no solo físicamente yendo allí y haciendo un esfuerzo económico, si no que me he dado espiritualmente al prójimo.
Además le he encontrado un sentido a mi profesión de maestra y he redescubierto el gran valor de la formación de personas sin importar la posesión material.
Lo más importante para mí ha sido mi acercamiento natural y sencillo a Dios, los días en Perú han servido para acercarme más a la idea del Bien y los días en la selva del Amazonas me han ayudado a apreciar la Belleza.
El contacto con los niños y monjas de la Aldea ha cambiado mi forma de vivir mi día a día, es lo que llamo la tranquilidad de vivir, sin las prisas de Madrid, el trabajo, los egoísmos y superficialidades propios de los jóvenes en estos días. He ido a la esencia de las cosas y decisiones.
Testimonio Perú 2
“Si algo puedo destacar de este voluntariado, es que las personas necesitan que las escuchemos. Lo mejor que podemos hacer por ellas es prestarles nuestra atención, regalarles nuestro tiempo y ofrecer nuestro cariño.”
El 14 de febrero me ofrecieron ir de voluntariado a Perú durante un par de semanas en julio. En aquella reunión nos explicaron en qué consistiría nuestra labor allí y el precio de los billetes y la estancia. En aquel momento no tenía apenas dinero, así que asistí a la reunión sin muchas posibilidades de ir. A los pocos minutos entré en la capilla a rezar, y le dije al Señor: “Si Tú quieres que vaya al voluntariado, tendrás que pagármelo Tú, porque sabes que yo no puedo”. Llegué a casa y me fui a dormir.
A la mañana siguiente, el 15 de febrero, mientras estudiaba, apareció un mensaje en mi móvil en el que se me comunicaba que mis billetes estaban pagados, y que la persona que había mostrado esa enorme generosidad solo había dicho que “las gracias al Señor porque Él es el que lo hace todo”, sin dar a conocer su nombre.
Así que, teniendo en cuenta que el Señor quería que fuera hasta allí – había sido bastante claro, desde luego – , le di las gracias, preparé las maletas y en julio, junto con otros siete voluntarios, llegué a Perú. Durante esas dos semanas vivimos en un colegio regentado por apenas tres monjas que se desviven día y noche por los niños. Les cuidan, les alimentan, les quieren y, junto con un gran claustro de profesores, les educan. Son mujeres con auténtica voluntad de servicio, desprendidas de toda clase de egoísmo y con una alegría proveniente del Cielo.
Nuestro trabajo consistía en darles clases de español, matemáticas, biología, afectividad… En definitiva, aportar nuestro pequeño grano de arena para conseguir que sus habilidades se desarrollaran y su corazón entendiera que estaba hecho para algo grande, para amar a los demás, para respetar a todo el mundo y a sí mismos. Los niños tenían una predisposición asombrosa a la hora de aprender, preguntaban y buscaban cualquier momento para contarnos sus historias. Si algo puedo destacar de este voluntariado, es que las personas necesitan que las escuchemos. Lo mejor que podemos hacer por ellas es prestarles nuestra atención, regalarles nuestro tiempo y ofrecer nuestro cariño. Nosotros no vamos desde Europa a salvar el mundo, ni ellos tienen el deber de cambiarnos la vida, no debemos cargarles con esa responsabilidad – como era, inconscientemente, mi caso –. Tanto su responsabilidad como la nuestra es hacer que cualquier persona que se acerque a nosotros, sea europeo, americano, asiático, africano u oceánico, al alejarse, sea mejor y más feliz, como decía la Madre Teresa de Calcuta.
La otra mitad del voluntariado consistía en ir a las comunidades Asháninkas, una etnia amazónica que ha sufrido durante muchos años violencia y masacres. Viven en mitad de la selva del Amazonas, cerca de los ríos Ene y Tambo, en los que comen de lo que cultivan y cazan. El enclave es maravilloso. Ahí el Señor nos enseñó a ser respetuosos con costumbres distintas a las nuestras, a soportar pruebas físicas – la vida en la selva es exigente, hace calor, se enferma con facilidad –, a agradecer las experiencias regaladas y a ofrecer los sufrimientos por los demás. Nuestra labor consistía en conocer su cultura para transmitir el respeto por ella, mostrarles nuestra forma de vida y que tuvieran la libertad de preguntar y acoger aquello que consideraran bueno en su día a día. Animar a los niños para que fueran a la escuela, que aprendieran a leer y a escribir, hicieran amigos, disfrutaran de una educación…
En definitiva, el Señor nos envió allí a amar, a dejarnos amar por ellos, a ayudar desde la humildad, sin grandes pretensiones ni superioridad, sino como Él lo hizo, con cariño, esfuerzo y paciencia. Algunos de nosotros enfermamos unos días, y me resultaba difícil entender por qué estaba allí, tratando de ayudar, cuando el cuerpo obliga a quedarse en cama. En ese momento, parecía que Jesús dijera: “conoce tu debilidad, no eres la salvadora de los demás, sino Mi instrumento, soy Yo quien salva”. Y así, con nuestras limitaciones, nos levantábamos a hacer lo que debíamos al día siguiente, pero más animados, con más fortaleza y más alegres, porque es Dios quien hace todo, y no nos deja solos, siempre camina a nuestro lado. Porque Señor, en mi debilidad Tú me haces fuerte. Solo Tú, porque fuiste Tú quien nos acompañó a la otra punta del mundo a dar y a recibir tu Amor.